de vuelta al
capullo
En el bosque reverberan infinidad de sonidos. Los pájaros trinan, las ranas croan, los grillos cantan y las hojas susurran mecidas por el viento. Esta orquesta infinita incluye sonidos que denotan peligro, sonidos relacionados con rituales de apareamiento, sonidos de amenaza y sonidos de tranquilidad. Una ardilla sube de un salto a un árbol al oír el crujido de una rama; un pájaro responde al reclamo de otro. Los animales se mueven constantemente en respuesta a los ruidos y, al hacerlo, producen otros nuevos, contribuyendo así a generar una cacofonía cíclica. Pero, por más que el bosque parlotee y crepite, las plantas parecen imperturbables, ajenas al alboroto que las rodea. ¿Acaso no oyen el clamor del bosque? ¿O somos nosotros quienes no atinamos a apreciar sus reacciones?

Estudios de investigación de diversa índole han arrojado luz sobre los sentidos de las plantas, tal como hemos visto hasta el momento. Sin embargo, pocos de ellos ofrecen pruebas creíbles y concluyentes con respecto a la reacción de las plantas al sonido. Y resulta cuando menos sorprendente, a tenor de la cantidad de información anecdótica que tenemos sobre la influencia de la música en el crecimiento vegetal. Mientras que la idea del olfato en las plantas puede generar escepticismo, no ocurre lo mismo en el caso de la audición. Muchos de nosotros hemos escuchado anécdotas acerca de plantas que florecen en estancias donde suena música clásica (si bien hay quien afirma que lo que de verdad estimula el movimiento de las plantas es la música pop).[1] Sucede, no obstante, que por lo general gran parte de los estudios sobre música y plantas los han llevado a cabo alumnos de primaria e investigadores aficionados que no cumplen los controles de laboratorio aplicados en la metodología científica.[2] Y cuando los titulares apuntan a la capacidad de las plantas de oír (con cabeceras como esta de The New York Times: «Un estudio demuestra que los depredadores ruidosos ponen a las plantas en alerta»), la realidad es que el estudio solo demuestra que las plantas responden a las vibraciones físicas de los insectos, no a las ondas sonoras.[3] Con todo, un reducido número de informes apunta a que pronto sabremos mucho más acerca de la capacidad auditiva de las plantas.

Antes de profundizar en si las plantas oyen o no, conviene tener unas nociones básicas sobre la audición humana. La audición suele definirse como «la capacidad de percibir el sonido detectando vibraciones mediante un órgano como el oído».[4] El sonido es un continuo de ondas de presión que se propagan a través del aire, del agua e incluso a través de objetos sólidos, como una puerta o la tierra. Estas ondas de presión se desencadenan golpeando algo (por ejemplo, tocando un tambor) o iniciando una vibración repetida (como rasgar una cuerda), cosa que hace que el aire se comprima de manera rítmica. Percibimos estas ondas de presión de aire gracias a una forma particular de mecanorrecepción por parte de unas células pilosas sensibles al tacto que tenemos en el oído interno. Dichas células pilosas son nervios mecanosensoriales especializados, de los cuales surgen unos filamentos como cabellos, denominados «esterocilios», que se curvan cuando una onda de presión atmosférica (un sonido) impacta en ellos.

Las células pilosas de nuestros oídos transmiten dos tipos de información: volumen y tono. El volumen (es decir, la potencia del sonido) lo determina la altura de la onda que llega al oído o lo que se conoce más popularmente como la amplitud de onda. Los ruidos estridentes presentan una amplitud elevada y los sonidos leves, una baja. Cuanto más alta es la amplitud, más se comban los esterocilios. El tono, por su parte, es una función de la frecuencia de las ondas de presión, es decir, cuántas veces por segundo se detecta la onda al margen de su amplitud. Cuanto más rápida la frecuencia de la onda, más rápido se curvan los esterocilios hacia atrás y adelante y más alto el tono.[*]

Cuando los esterocilios vibran en las células pilosas, inician potenciales de acción (tal como hacen otros tipos de mecanorreceptores vistos en el capítulo anterior) que se transmiten al nervio auditivo y desde ahí viajan al cerebro, que traduce la información en distintos sonidos. De manera que la audición humana es el resultado de dos sucesos anatómicos: las células pilosas de los oídos reciben las ondas sonoras y nuestro cerebro procesa la información para que reaccionemos a distintos sonidos. La pregunta que surge es: si las plantas son capaces de detectar la luz sin tener ojos, ¿pueden captar sonido sin tener orejas?

BOTÁNICA Y ROCANROL

En un momento u otro, la mayoría de nosotros nos hemos preguntado cómo es posible que las plantas reaccionen a la música. Incluso Charles Darwin (quien, como hemos visto, llevó a cabo una investigación crucial relativa a la visión y la sensibilidad de las plantas hace más de un siglo) estudió si las plantas eran capaces de captar las melodías que se reproducían para ellas. En uno de sus experimentos más extravagantes, Darwin (que, además de su compromiso incólume con la investigación botánica, era un ávido fagotista) supervisó los efectos de la música que él mismo interpretaba en el crecimiento de las plantas con la intención de comprobar si su fagot podía inducir a las hojas de la mimosa a cerrarse (no pudo, y él describió su estudio como «un experimento bobo»).[5]

Mentiría si afirmara que la investigación relativa a las proezas auditivas de las plantas ha florecido desde aquellos intentos fallidos de Darwin. Solo en el pasado año se publicaron centenares de artículos relativos a las reacciones de las plantas a la luz, los olores y el tacto y, en cambio, en todo el último cuarto de siglo apenas han visto la luz un puñado de ellos que aborden específicamente la reacción de las plantas al sonido, y la mayoría no satisfacen mis estándares de lo que podría considerarse una demostración de «audición» en el reino vegetal.

Un ejemplo de estos artículos (un tanto surrealista) apareció en las páginas de The Journal of Alternative and Complementary Medicine.[6] Sus autores eran Gary Schwartz, profesor de psicología y medicina, y su colega Katherine Creath, profesora de ciencias ópticas, ambos de la Universidad de Arizona, donde Schwartz fundó el programa de investigación VERITAS.[7] Dicho programa «comprueba la hipótesis de que la conciencia (personalidad o identidad) de una persona perdura tras su muerte física». Como es obvio, estudiar la conciencia tras la muerte plantea ciertas dificultades experimentales, de manera que Schwartz también estudia la existencia de una «energía sanadora».[8] Dado que los participantes humanos de un estudio pueden estar muy sugestionados, Schwartz y Creath optaron por usar plantas para desvelar los «efectos biológicos de la música, el ruido y la energía sanadora».[9] Por supuesto, a las plantas no les influye el efecto placebo y, por lo que sabemos, tampoco tienen preferencias musicales (aunque tal vez los investigadores que llevan a cabo y analizan los experimentos sí).

Schwartz y Creath plantearon la hipótesis de que la energía sanadora y la música «melódica» (consistente en sonidos de la naturaleza y de flautas amerindias, que, según indicaron, eran los preferidos de los experimentadores) podían provocar la germinación de semillas.[*] Según los investigadores, sus datos revelaron que un número ligeramente superior de semillas de calabacín y ocra germinaron en presencia de sonidos musicales, frente a las semillas que se cultivaron en silencio. También señalaron que la velocidad de germinación aumenta como resultado de la energía sanadora que Creath aplicó con sus manos a las semillas.[**] Huelga decir que estos resultados no han sido validados por investigaciones posteriores en laboratorios de botánica, pero una de las fuentes que Creath y Schwartz citaban para avalar sus resultados era el libro de Dorothy Retallack The Sound of Music and Plants.

Dorothy Retallack se describía a sí misma como «la esposa de un médico, ama de casa y abuela de quince nietos»[10] y en 1964 se matriculó en el primer curso del hoy desaparecido Temple Buell College después de que su último vástago se hubiera licenciado en la universidad.[11] Retallack, una mezzosoprano profesional que solía interpretar en sinagogas, parroquias y funerarias, decidió licenciarse en música por el Temple Buell. Realizó un curso de introducción a la biología para completar sus requisitos científicos y su maestro le solicitó que llevara a cabo un experimento de su interés. Retallack yuxtapuso su trabajo de biología y su pasión por la música y como resultado de ello surgió un libro despreciado por la comunidad científica en general, pero que la cultura popular no tardó en hacer suyo.

The Sound of Music and Plants ofrece una ventana por la cual vislumbrar el clima cultural y político de la década de 1960, al tiempo que arroja luz sobre la perspectiva de la autora. Retallack sale reflejada como una mezcla sin par de conservadora en lo social que creía que la música rock estridente iba asociada con un comportamiento antisocial entre los universitarios y una espiritualista religiosa new age que apreciaba una armonía sagrada entre la música, la física y la naturaleza en su conjunto.

Retallack explicó que le había suscitado curiosidad un libro publicado en 1959 y titulado The Power of Prayer on Plants, cuyo autor afirmaba que las plantas a las cuales se rezaba prosperaban, mientras que aquellas a las que se bombardeaba con pensamientos negativos perecían.[12] Retallack se preguntaba si podían inducirse efectos similares reproduciéndoles géneros positivos o negativos de música (la regla de lo que se consideraba positivo o negativo estaba dictada, por supuesto, por sus gustos musicales personales). Esta cuestión se convirtió en la base de su trabajo de investigación.

























Monitorizando el efecto de distintos géneros musicales en el crecimiento de las plantas, Retallack aspiraba a proporcionar a sus coetáneos pruebas de que la música rock era potencialmente dañina, no solo para las plantas, sino también para los seres humanos.

Retallack expuso distintas plantas (filodendros, maíz, geranios y violetas, entre ellas; en cada experimento utilizó una especie diferente) a una recopilación ecléctica de grabaciones, las cuales incluían música de Bach, Schoenberg, Jimi Hendrix y Led Zeppelin, y se dedicó a supervisar su crecimiento. Informó de que las plantas expuestas a música clásica melódica prosperaban (incluso cuando oían Muzak, esa sublime música de ascensor que todos conocemos y amamos), mientras que las expuestas a Led Zeppelin II o al disco de Hendrix Band of Gypsys presentaron un crecimiento atrofiado. Para demostrar que era la percusión de intérpretes como los legendarios bateristas John Bonham y Mitch Mitchell lo que dañaba las plantas, Retallack repitió sus experimentos usando grabaciones de dichos álbumes, pero silenciando las percusiones.

Según su hipótesis, las plantas no resultaban tan deterioradas como cuando se habían sometido a las atronadoras versiones completas, con batería incluida, de Whole Lotta Love y Machine Gun. ¿Podía indicar esto que las plantas tenían un gusto musical que coincidía con el de Retallack? Y lo que resulta más inquietante: tras haber crecido estudiando mientras Zeppelin y Hendrix sonaban a todo trapo por el equipo estéreo a todas horas, la primera vez que topé con aquel libro me pregunté si de aquellos resultados podía inferirse que yo también había resultado dañado, puesto que Retallack extrapola a la juventud sus conclusiones sobre el efecto de la música rock en las plantas.

Por suerte para mí y para las hordas de fans de los Zeppelin que campan por el mundo, los estudios de Retallack estaban repletos de defectos científicos.[13] A título de ejemplo, cada experimento se había realizado en un reducido número de plantas (inferior a cinco). El número de réplicas en sus estudios era tan pequeño que no se prestaba al análisis estadístico. El diseño del experimento era pobre (algunos de los estudios se llevaron a cabo en casa de una amiga) y los parámetros, como la humedad del suelo, se determinaron tocando el suelo con un dedo. Si bien Retallack cita a varios expertos en su libro, prácticamente ninguno de ellos es biólogo. Son expertos en música, física y teología, y algunas citas proceden de fuentes sin credenciales científicas. No obstante, lo más relevante es que ningún laboratorio creíble ha replicado su investigación.

En contraste con los estudios iniciales de Ian Baldwin sobre la comunicación entre plantas y las sustancias químicas volátiles (expuestos en el capítulo 2), que en un origen toparon con la reticencia de la comunidad científica general pero posteriormente se validaron en numerosos laboratorios, las plantas musicales de Retallack han quedado relegadas al ostracismo por la ciencia. Y si bien un artículo de periódico informó acerca de sus hallazgos, los intentos de publicar sus resultados en una revista científica reputada fueron infructuosos y su libro acabó publicándose como literatura new age. Por supuesto, ello no ha sido óbice para que se haya convertido en parte del zeitgeist cultural.

Los resultados del estudio de Retallack también contradecían un estudio importante publicado en 1965.[14] Richard Klein y Pamela Edsall, científicos del Jardín Botánico de Nueva York, decidieron llevar a cabo varias pruebas para determinar si la música influía realmente en las plantas. Se decidieron a hacerlo en respuesta a estudios procedentes de la India que afirmaban que la música aumentaba el número de ramas que brotaban en distintas plantas, una de las cuales era el tagete (Tagetes erecta). En un intento por recapitular tales estudios, Klein y Edsall expusieron tagetes a cantos gregorianos, a la Sinfonía n.º 41 en do mayor de Mozart, al Three to Get Ready de Dave Brubeck, a The Stripper de David Rose Orchestra y a las canciones de los Beatles I Want to Hold Your Hand y I Saw Her Standing There.















1.21
Tagete o caléndula (Tagetes erecta)


A partir de su estudio (que empleaba controles científicos estrictos), Klein y Edsall concluyeron que la música no influía en el crecimiento del tagete. Según informaron, recurriendo al humor para transmitir su indignación general por esta línea de investigación: «No se produjo ninguna abscisión en las hojas que pudiera atribuirse a la influencia de The Stripper ni tampoco se observó ninguna nutación del tallo en las plantas expuestas a The Beatles».[*], [15] ¿Cómo se explica la contradicción entre estos resultados y los estudios subsiguientes de Retallack? O bien los tagetes de Klein y Edsall tenían unos gustos musicales distintos de los de las plantas de Retallack o, lo más probable, las relevantes deficiencias metodológicas y científicas del estudio de Retallack condujeron a resultados poco fiables.

Mientras que las investigaciones de Klein y Edsall se publicaron en una revista científica profesional y respetada, prácticamente pasaron desapercibidas al público general, y un estudio como el de Retallack continuó dominando la prensa generalista en la década de 1970. También cuenta con un lugar destacado en el icónico libro de Peter Tompkins y Christopher Bird de 1973 La vida secreta de las plantas, que se publicitó como «una historia fascinante de las relaciones físicas, emocionales y espirituales entre las plantas y los seres humanos».[16] En un capítulo alegre y maravillosamente escrito titulado «La vida armónica de las plantas», los autores no se limitaban a resaltar que las plantas reaccionaban positivamente a Bach y Mozart, sino que señalaban que tenían una preferencia acusada por la música india tocada con cítara de Ravi Shankar.[**] En su mayoría, los datos científicos recogidos en La vida secreta de las plantas se basaban en impresiones subjetivas fundamentadas exclusivamente en el estudio de un reducido número de plantas. El célebre fisiólogo vegetal, profesor y escéptico declarado Arthur Galston lo resumió sin preámbulos en 1974: «El problema de La vida secreta de las plantas es que se compone casi exclusivamente de afirmaciones extravagantes presentadas sin pruebas adecuadas que las sustenten».[17] Pero ello tampoco ha impedido que La vida secreta de las plantas influya en la cultura moderna.

Un examen pormenorizado de la literatura científica revela resultados diseminados en distintos artículos que informan de otros hallazgos que desbancan la idea de que las plantas tienen preferencias musicales. En el artículo original de Janet Braam sobre la identificación de los genes TCH (los genes que se activan al tocar una planta), la autora explicaba que comprobó si, además de los estímulos físicos, la exposición a música estridente también activaba estos genes (en su caso les reprodujo Talking Heads).[18] Por desgracia, no era así. De manera similar, en Physiology and Behaviour of Plants, el investigador Peter Scott informaba de una serie de experimentos concebidos para comprobar si la música, en concreto la Sinfonía concertante de Mozart y el disco de Meat Loaf Bat Out of Hell, influían en el maíz.[19] (Es asombroso lo que nos revelan estos experimentos acerca de los gustos musicales de los científicos.) En el primer experimento, las semillas expuestas a Mozart o Meat Loaf germinaban más rápidamente que las que permanecían en silencio, lo cual era una bendición para quienes afirmaban que la música afecta a las plantas y un cataclismo para quienes creen que Mozart es notablemente mejor que Meat Loaf.

Pero ahí es donde entra en juego la importancia de aplicar unos controles experimentales adecuados. El experimento prosiguió, si bien ahora se desvió de las semillas el aire caliente generado por los altavoces con ayuda de un pequeño ventilador. En este nuevo conjunto de experimentos no se registró ninguna diferencia en la velocidad de germinación entre las semillas que permanecieron en silencio y las expuestas a música. Los científicos descubrieron en el primer grupo de experimentos que los altavoces que reproducían la música emitían calor, lo cual aumentaba la eficiencia de la germinación; de manera que el factor determinante era el calor, no la música de Mozart ni la de Meat Loaf.


Y ahora, manteniendo una visión escéptica, revisemos nuevamente la conclusión de Retallack según la cual las percusiones intensas de la música rock son nocivas para las plantas (y también para los seres humanos). ¿Podría existir una explicación alternativa y con validez científica al hecho de que una batería estridente tenga efectos nocivos en las plantas? Tal como he destacado ya en el capítulo anterior, tanto Janet Braam como Frank Salisbury habían demostrado de manera concluyente que el mero hecho de tocar una planta hacía que creciera menos, se atrofiara o, sin más, pereciera. De ahí que resulte concebible que la percusión del heavy, si suena a través de unos altavoces potentes, conlleve que tales ondas sonoras intensas hagan vibrar las plantas y las «mezan», como si de un vendaval se tratara. En tales circunstancias podríamos esperar un crecimiento atrofiado en las plantas sometidas a Zeppelin, tal como explicó Retallack. Quizá la explicación no sea que a las plantas no les gusta el rock, sino que no les gusta que las mezan.

Por desgracia, hasta que se demuestre lo contrario, parece que todas las pruebas apuntan a que las plantas son «sordas» a la música, lo cual resulta interesante si se tiene en cuenta que contienen algunos de genes conocidos por provocar la sordera en los seres humanos.

GENES DE LA SORDERA

El año 2000 fue un hito para las ciencias botánicas. Fue el año en que se comunicó finalmente la secuencia completa del genoma de la Arabidopsis thaliana, y la comunidad científica mundial consumió estos datos con avidez. Más de trescientos investigadores en universidades y empresas de biotecnología habían dedicado más de cuatro años a determinar el orden de los cerca de 120 millones de nucleótidos que componen el ADN de la arabidopsis.[20] El coste de sus investigaciones rondó los setenta millones de dólares. (La financiación y el esfuerzo colectivo asociados con este proyecto resultan incomprensibles a día de hoy, puesto que la tecnología ha avanzado hasta tal punto que un solo laboratorio es capaz de secuenciar un genoma de arabidopsis en menos de una semana por menos de un 0,1 por ciento de su coste original.)

La National Science Foundation escogió la arabidopsis en 1990 para ser la primera planta cuyo genoma se secuenciaría, pues presentaba la peculiaridad evolutiva de tener poco ADN en comparación con otras plantas. En realidad, si bien la arabidopsis tiene casi el mismo número de genes (veinticinco mil) que la mayoría de las plantas y los animales, contiene muy poco ADN no codificable, gracias a lo cual resulta relativamente más fácil de secuenciar. El ADN no codificable se encuentra en todo el genoma, entre los genes, en los extremos de los cromosomas e incluso dentro de los genes. Para poner las cosas en perspectiva, basta con aclarar que mientras que la arabidopsis contiene unos veinticinco mil genes en 120 millones de nucleótidos, el trigo presenta el mismo número de genes en 16.000 millones de nucleótidos (y los seres humanos tienen unos veintidós mil genes, menos que una pequeña arabidopsis, en 2.900 millones de nucleótidos).[*] Debido a su reducido genoma, a su pequeño tamaño y a su rápido tiempo de generación, la arabidopsis se convirtió en la planta más estudiada en las postrimerías del siglo XX, y los estudios realizados en esta mala hierba tan común han propiciado importantes avances en muchos campos. Prácticamente la totalidad de los veinticinco mil genes de la arabidopsis están también presentes en plantas importantes para la agricultura y la economía, como el algodón y la patata. Esto implica que cada gen identificado en la arabidopsis (pongamos por caso un gen resistente a una bacteria concreta de las plantas) puede incorporarse mediante ingeniería en un cultivo para mejorar su rendimiento.

La secuenciación de los genomas de la arabidopsis y el ser humano condujo a hallazgos sorprendentes. El más relevante para el análisis que nos ocupa es que se descubrió que el genoma de la arabidopsis contiene muchos genes conocidos por estar involucrados en enfermedades e incapacidades humanas.[21] (Por otra parte, el genoma humano contiene genes conocidos por participar en el desarrollo de las plantas, como un grupo de genes denominado «signalosoma COP9», que media las reacciones de las plantas a la luz.)[22] Al descifrar la secuencia del ADN de la arabidopsis, los científicos descubrieron que el genoma contiene los genes BRCA (involucrados en el cáncer de mama hereditario), CFTR (responsables de la fibrosis quística) y varios genes que causan problemas auditivos.

Cabe hacer una distinción importante: si bien los genes suelen nombrarse por las enfermedades que se relacionan con ellos, el gen no existe para causar dicha enfermedad o discapacidad. Una enfermedad surge cuando el gen no funciona adecuadamente debido a una mutación, que es un cambio en la secuencia de nucleótidos que construye el gen que altera el código del ADN. Refresquemos nuestros conocimientos básicos de biología humana: nuestro código de ADN consta solo de cuatro nucleótidos diferentes, que se abrevian A, T, C y G. La combinación específica de estos nucleótidos proporciona el código de distintas proteínas. Una mutación o la supresión de varios nucleótidos puede alterar el código con consecuencias catastróficas. Los BRCA son genes que, cuando mutan o se alteran, pueden provocar cáncer de mama, pero en circunstancias normales desempeñan un papel clave para determinar cómo saben las células cuándo dividirse. Cuando los genes BRCA no funcionan con normalidad, las células se dividen con excesiva frecuencia, cosa que puede derivar en un cáncer. El CFTR es un gen que suele regular el transporte de iones de cloruro por la membrana celular, pero, si muta o se altera, provoca fibrosis quística. Cuando esta proteína no funciona correctamente, el transporte de iones de cloruro en los pulmones (y otros órganos) se bloquea y ello conduce a la acumulación de densa mucosidad, que se manifiesta clínicamente como una enfermedad respiratoria.

Los nombres de los genes no guardan relación con sus funciones biológicas, sino con sus repercusiones clínicas. ¿Qué hacen estos genes en las plantas verdes? El genoma de la arabidopsis contiene BRCA, CFTR y varios centenares de genes adicionales relacionados con enfermedades o afecciones humanas porque son esenciales para la biología celular básica. Estos genes importantes ya habían evolucionado durante unos 1.500 millones de años en el organismo unicelular que fue el ancestro evolutivo común de las plantas y los animales. Por supuesto, las mutaciones en las versiones de la arabidopsis de estos «genes de enfermedades» humanas también alteran el funcionamiento de la planta. Por ejemplo, las mutaciones en los genes del cáncer de mama en la arabidopsis generan una planta cuyas células madre (sí, la arabidopsis tiene células madre) se dividen más que las células normales y la planta en su conjunto se vuelve hipersensible a la radiación, dos aspectos característicos también del cáncer humano.[23]

Ello nos ayuda a entender que un gen «de la sordera» es un gen que, al mutar, provoca sordera en los humanos. Diversos laboratorios en todo el mundo han identificado más de cincuenta genes de la sordera humanos y al menos diez de ellos también están presentes en la arabidopsis. No obstante, el mero hecho de haber descubierto genes de la sordera en el genoma de la arabidopsis no implica que la planta tenga audición, de la misma manera que la presencia del BRCA en la arabidopsis no significa que las plantas tengan mamas. Los genes de la sordera humanos desempeñan una función celular imprescindible para que el oído funcione de manera adecuada, y cuando alguno de ellos presenta una mutación, el resultado es la pérdida de audición.

Cuatro de los genes de la arabidopsis relacionados con los problemas de audición codifican unas proteínas muy similares llamadas «miosinas». Las miosinas se denominan «proteínas motoras» porque funcionan como «nanomotores» que, literalmente, transportan y mueven distintas proteínas y orgánulos por la célula. Una de las miosinas que participan en la audición ayuda a formar las células pilosas del oído interno. Cuando dicha miosina presenta una mutación, nuestras células pilosas no se forman correctamente y no reaccionan a las ondas sonoras. En el mundo vegetal encontramos que las plantas tienen apéndices pilosos en las raíces, los cuales reciben el atinado nombre de «pelos radiculares» y ayudan a las raíces a absorber el agua y los minerales del suelo. Cuando se produce una mutación en uno de los cuatro genes de la miosina de la sordera en la arabidopsis, los pelos radiculares no se extienden de manera adecuada y, en consecuencia, las plantas no absorben el agua del suelo con tanta eficacia.[24]

La miosina y los demás genes hallados tanto en las plantas como en los humanos tienen funciones similares a nivel celular. Pero cuando se ponen todas las células juntas, su función para el organismo en concreto difiere: los humanos necesitamos la miosina para facilitar el correcto funcionamiento de los pelos del oído interno y, en última instancia, para oír, mientras que en las plantas es imprescindible para un correcto funcionamiento de los pelos radiculares, que les permiten beber agua y hallar nutrientes en el suelo.

¿SORDERA O UNA AUDICIÓN DISTINTA?

El gran biólogo evolutivo Theodosius Dobzhansky escribió: «Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución».[25] Estudios científicos serios y reputados han concluido que los sonidos de la música son absolutamente irrelevantes para una planta, cosa que tiene sentido desde una perspectiva evolutiva. Dos siglos de música clásica y cincuenta años de rocanrol componen un mero punto en la historia evolutiva de las plantas.

La ventaja evolutiva propiciada por la audición en los seres humanos y otros animales es solo uno de los modos que nuestros cuerpos tienen de advertirnos de situaciones que representan un peligro potencial. Los primeros humanos eran capaces de oír a un peligroso depredador acechándolos en la selva. Y nosotros detectamos las leves pisadas de alguien que nos sigue a casa en plena noche por una calle poco iluminada y oímos el motor de un coche que se acerca. La audición posibilita también la comunicación rápida entre personas y entre animales. Los elefantes se localizan a lo ancho de vastas distancias emitiendo ondas subsónicas que retumban en objetos y viajan durante kilómetros. Una madre delfín puede localizar a una cría perdida en el océano mediante sus chirridos de miedo, y los pingüinos emperador usan unos reclamos característicos para aparearse. El factor común en todas estas situaciones es que el sonido posibilita una rápida transmisión de la información y una reacción, que suele ser un movimiento, ya sea huir de un incendio, escapar de un ataque o encontrar a la familia.

Como hemos visto, las plantas son organismos sésiles anclados al suelo por las raíces. Si bien pueden crecer hacia el sol y combarse con la gravedad, no pueden huir. No pueden escapar. No migran con las estaciones. Permanecen quietas afrontando un entorno que cambia de continuo. Además, operan a una escala temporal distinta de la de los animales. Sus movimientos, con la llamativa excepción de plantas como la mimosa y la venus atrapamoscas, son bastante lentos y suelen pasar desapercibidos al ojo humano.

Pero ¿existen sonidos que, al menos teóricamente, pudieran reportar ventajas a una planta si reaccionara a ellos? Lilach Hadany, bióloga teórica en la Universidad de Tel Aviv, utiliza modelos matemáticos para estudiar la evolución. Hadany plantea que las plantas no responden a los sonidos, pero que aún tenemos que llevar a cabo los experimentos pertinentes para detectar sus reacciones. En efecto, una falta de pruebas experimentales no equivale a una conclusión negativa. A su modo de ver, debería concebirse un estudio en el que usáramos un sonido del mundo natural que supiéramos que influye en un proceso vegetal específico. Para estudiar las reacciones de las plantas a las ondas sonoras, los científicos deben determinar qué sonidos podrían ser fisiológicamente relevantes y proporcionar una ventaja evolutiva a las plantas si los oyeran. Tales sonidos deberían dar pistas relativas a la localización de recursos como el agua o alertar a la planta de interacciones beneficiosas o perjudiciales inminentes con un polinizador o un herbívoro, por ejemplo.

Hasta muy recientemente no se habían realizado intentos de identificar tales reacciones. Monica Gagliano, profesora adjunta de investigación de la Universidad de Australia Occidental, y Stefano Mancuso, director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia, y sus colegas están intentando construir bases teóricas y prácticas de lo que han bautizado como «bioacústica vegetal». En un estudio publicado en 2012 informaron de que las puntas de las raíces se curvan claramente hacia una fuente sonora cuya onda es similar a la de las vibraciones transportadas por el agua.[26] ¡Ello implicaría que las raíces pueden buscar nuevas fuentes de agua «al oír» el agua correr! Más aún, recientemente el grupo de Gagliano demostró que las plantas del guisante extienden sus raíces en la dirección del agua corriente.[27]

Estos resultados pueden ayudar a explicar los fenómenos que los ingenieros civiles conocen desde hace décadas: las raíces de los árboles suelen rodear e invadir las tuberías de agua y las alcantarillas, con consecuencias físicas y económicas nefastas.[28] Hasta la fecha, los ingenieros y científicos asumían, de manera general, que las raíces se extendían en busca del agua que se filtraba de las cañerías, pero los resultados de Gagliano plantean la posibilidad de que se sientan atraídas por el sonido del agua que corre por dichas tuberías.

Otro sonido relevante podría ser el zumbido de las abejas. En un proceso conocido como polinización por zumbido, los abejorros estimulan a una flor a liberar su polen haciendo vibrar rápidamente los músculos de sus alas sin batirlas, cosa que produce una vibración de alta frecuencia. Si bien esta vibración puede oírse (es el zumbido que oímos cuando vuela cerca de nosotros una abeja), para que se produzca la liberación de polen es preciso que exista contacto físico entre la abeja que la genera y la flor. De manera que, tal como las personas sordas perciben y reaccionan a las vibraciones de la música, las flores perciben y reaccionan a las vibraciones de los abejorros, sin «oírlos» en el sentido estricto del término. Tampoco es descartable que el sonido de las vibraciones pueda afectar a la flor de un modo que todavía no se ha descubierto.

Hadany y sus colegas se dispusieron a comprobar tal posibilidad. Como bien sabemos, la inmensa mayoría de las plantas con flor dependen de los animales polinizadores para reproducirse. Las plantas emplean señales como el color, el perfume y la forma para atraer a los polinizadores y los recompensan proporcionándoles néctar y polen. ¿Podría un polinizador sentirse más atraído por una flor que genera un néctar de mejor calidad, tal como a nosotros nos atraen los viñedos que elaboran vinos de mayor calidad? Por otra parte, crear un producto de alta calidad es costoso y un desperdicio si no hay ningún polinizador (o amante del vino) cerca. A fin de cuentas, ¿quién quiere producir un vino excepcional si nadie va a bebérselo? A una planta podría beneficiarle programar la producción de néctar de alta calidad cuando hay un polinizador cerca. De ahí que tal vez el sonido del aleteo de los polinizadores voladores podría ser una señal que induzca a las flores a fabricar néctar de mayor calidad.

En un estudio interdisciplinario en el que tuve el privilegio de participar, Hadany aunó esfuerzos con uno de los biólogos especializados en murciélagos más destacados del mundo, Yossi Yovel, y un botánico, Yuval Sapir, para comprobar si las plantas reaccionaban a los sonidos de los insectos que visitan y polinizan sus flores.[29] Para nuestro estudio utilizamos onagra (Oenothera perennis). La onagra es oriunda de las regiones litorales de California y Oregón y también de la costa mediterránea de Israel. Florece al atardecer, cuando las polillas esfinge colibrí y las abejas visitan sus flores para libar su dulcísimo néctar y, en el proceso, esparcen el polen de flor en flor.




















Yovel, médico de formación, utilizó herramientas de grabación y reproducción acústica avanzadas en su estudio de la orientación de los murciélagos para grabar los sonidos del aleteo de las polillas y las abejas. A continuación, reprodujimos esos sonidos para las plantas y comprobamos su néctar. Entusiasmados, averiguamos que las plantas que se habían expuesto a los sonidos de los polinizadores producían un néctar más dulce que aquellas a las que se mantuvo en silencio.

Si bien estos resultados demuestran que una onagra puede reaccionar con rapidez a un sonido específico y ecológicamente relevante, dejan abierto el interrogante de qué parte concreta de la planta percibe las ondas sonoras. En lenguaje antropomórfico, ¿dónde está el oído? Por el momento, sencillamente lo desconocemos, y tampoco entendemos cómo traduce la planta la señal acústica a través de sus células para influir en la calidad del néctar. Trabajos muy recientes realizados en el laboratorio del profesor Hanhong Bae y su equipo en la Universidad Yeungnam, en Corea del Sur, indican que, al menos en el caso de la arabidopsis, las ondas sonoras pueden inducir cambios en la expresión genética.[30] No obstante, aún estamos lejos de entender cómo influyen las señales acústicas en la fisiología vegetal. Por desgracia, las respuestas exactas a estas preguntas tendrán que esperar a estudios adicionales.

De esta investigación se deriva que tal vez las plantas presenten reacciones diversas a sonidos distintos, pero no hemos enfocado bien nuestros estudios.

Lo verdaderamente raro es plantearse que las plantas emiten sonidos. Según sus informes, Roman Zweifel y Fabienne Zeugin, de la Universidad de Berna, Suiza, han detectado vibraciones ultrasónicas emanando de pinos y robles durante una sequía.[31] Dichas vibraciones están provocadas por cambios en el contenido del agua de los vasos del xilema que la transporta. Gagliano y Mancuso grabaron «clics» que emanaban de las raíces del maíz joven. Y aunque estos sonidos son resultados pasivos de fuerzas físicas (tal como una roca que se despeña de un acantilado provoca un ruido), quizá sí tengan un valor adaptativo. ¿Podrían interpretar otros árboles estas vibraciones ultrasónicas como una señal para prepararse para condiciones de sequía? ¿Contienen información los clics de las raíces del maíz?

De ser así, ello abre la posibilidad de que las plantas no solo puedan responder a señales auditivas sino, quizá, ¡también generarlas! En otras palabras, tal vez las plantas «vocalicen».

Es incuestionable que el mundo vegetal es mucho más complejo de lo que imaginábamos. Si hace cinco años, en la primera edición de este libro, escribí: «Durante centenares de millones de años las plantas han prosperado en la Tierra y las cerca de 400.000 especies que existen han conquistado hasta el último de los hábitats sin escuchar ni un solo sonido», ahora estoy obligado a replantearme mi posición, puesto que es muy posible que las plantas reaccionen a señales acústicas.

Ahí radica la fuerza del método científico y es eso lo que distingue la ciencia de la pseudociencia. La pseudociencia busca confirmaciones, mientras que la ciencia busca falsificaciones.[32] Como científico, soy plenamente consciente de que mis hipótesis y conclusiones son, en el mejor de los casos, provisionales, pues cualquier estudio futuro puede desmontarlas. En cambio, el pseudocientífico está convencido de que sus conclusiones son una verdad contrastada. Un pseudocientífico no permite que resultados contradictorios lo inciten a replantearse su opinión. Y aunque hay muchas cosas que aún no entendemos, ello no implica que no exista una explicación científica a la espera de salir a la luz mediante el experimento pertinente. Por ejemplo, varios informes afirman que distintas ondas sonoras aumentan el rendimiento de diversos cultivos. Sin embargo, la biología básica subyacente a este uso agrícola de las ondas sonoras sigue siendo incierta. Los estudios que he destacado en este capítulo indican que estamos a punto de conocer más en profundidad las reacciones de las plantas a las ondas sonoras.

Y ahora que hemos cubierto los cinco sentidos básicos, exploremos el sexto sentido que permite a las plantas ser perfectamente conscientes de dónde están, de la dirección en la que crecen y de cómo se mueven.


[1] . Por ejemplo: «Plants and Music», < www.miniscience.com/projects/plantmusic/index.html >

[2] . Ross E. Koning, Science Projects on Music and Sound, página web de Plant Physiology Information, < http://plantphys.info/music.shtml>; < http://jrscience.wcp.muohio.edu/nsfall05/LabpacketArticles/Whichtypeofmusicbeststimu.html >. <<

[3] . Douglas Quenqua, «Noisy Predators Put Plants on Alert, Study Finds», New York Times, 1 de julio de 2014; Heidi Appel y Rex Cocroft, «Plants Respond to Leaf Vibrations Caused by Insect Herbivore Chewing», Oecologia 175, 4 (2104), pp. 1257-1266. <<

[*] Las ondas sonoras se miden en hercios (Hz): 1 Hz equivale a un ciclo de onda por segundo. Los humanos oímos las ondas sonoras en el rango de 20 Hz para los tonos graves y en hasta 20.000 Hz para los más agudos. La nota más grave de un contrabajo, por ejemplo (mi menor), vibra a 41,2 Hz, mientras que la nota más aguda de un violín (mi mayor) vibra a 2.637 Hz. El do más alto de un piano vibra a 4.186 Hz y el do dos octavas por encima de este vibra a unos 16.000 Hz. El oído de un perro reacciona a ondas sonoras por encima de 20.000 Hz (lo cual explica que los humanos no oigamos los silbatos para los perros) y los murciélagos emiten y detectan ondas sonoras rebotadas de hasta 100.000 Hz gracias a su sónar interno, con el que mapean el paisaje que tienen por delante. En el otro extremo del espectro, un elefante oye y vocaliza sonidos por debajo de los 20 Hz, que los seres humanos tampoco detectamos. <<

[5] . Francis Darwin, ed., Charles Darwin: His Life Told in an Autobiographical Chapter and in a Selected Series of His Published Letters, Londres, John Murray, 1892. <<

[6] . Katherine Creath y Gary E. Schwartz, «Measuring Effects of Music, Noise, and Healing Energy Using a Seed Germination Bioassay», Journal of Alternative and Complementary Medicine 10, 1 (2004), 113-122. <<

[7] . Programa de investigación Veritas, . <<

[8] . Ray Hyman, «How Not to Test Mediums: Critiquing the Afterlife Experiments», ; Robert Todd Carroll, «Gary Schwartz’s Subjective Evaluation of Mediums: Veritas or Wishful Thinking?», . <<

[9] . Creath y Schwartz, «Measuring Effects of Music, Noise, and Healing Energy». <<

[*] Es interesante que escogieran sonidos «melódicos» porque citan a Pearl Weinberger de la Universidad de Ottawa, quien empleó ondas ultrasónicas (que no tienen nada de melódicas) en sus estudios de las décadas de 1960 y 1970. [Pearl Weinberger y Mary Measures, «The Effect of Two Audible Sound Frequencies on the Germination and Growth of a Spring and Winter Wheat», Canadian Journal of Botany 46, 9 (1968), pp. 1151-1158; Pearl Weinberger y Mary Measures, «Effects of the Intensity of Audible Sound on the Growth and Development of Rideau Winter Wheat», Canadian Journal of Botany 57, 9 (1979), 1151036-1151039.] <<

[**] Creath se había formado en VortexHealing, que se describe como «Tú eres libertad sin límites, la esencia de la vida en sí misma. VortexHealing te provee un camino para despertar a esta esencia, a tu verdadero ser, guiado por la fuente divina de este linaje. Este es el linaje de Merlin». Véase: . <<

[10] . Dorothy L. Retallack, The Sound of Music and Plants, Santa Mónica, California, DeVorss, 1973. <<

[11] . Anthony Ripley, «Rock or Bach an Issue to Plants, Singer Says», New York Times, 21 de febrero de 1977. <<

[12] . Franklin Loehr, The Power of Prayer on Plants, Garden City, Nueva York, Doubleday, 1959. <<

[13] . Linda Chalker-Scott, «The Myth of Absolute Science: ‘If It’s Published, It Must Be True’», . <<

[14] . Richard M. Klein y Pamela C. Edsall, «On the Reported Effects of Sound on the Growth of Plants», Bioscience 15, 2 (1965), pp. 125-126. <<

[*] La nutación es el balanceo cíclico o movimiento curvo que se da en distintas partes de una planta. <<

[15] . Ibídem. <<

[16] . Peter Tompkins y Christopher Bird, The Secret Life of Plants, Nueva York, Harper & Row, 1973. [Hay trad. cast.: La vida secreta de las plantas, Madrid, Capitán Swing, 2016.] <<

[**] En La vida secreta de las plantas también se enumeran algunos de los defectos del estudio de Retallack. <<

[17] . Arthur W. Galston, «The Unscientific Method», Natural History 83, 3 (1974), pp. 18, 21 y 24. <<

[18] . Janet Braam y Ronald W. Davis, «Rain-Induced, Wind-Induced, and Touch-Induced Expression of Calmodulin and Calmodulin-Related Genes in Arabidopsis», Cell 60, 3 (1990), pp. 357-364. <<

[19] . Peter Scott, Physiology and Behaviour of Plants, Hoboken, Nueva Jersey, John Wiley, 2008. <<

[20] . The Arabidopsis Genome Initiative, «Analysis of the Genome Sequence of the Flowering Plant Arabidopsis thaliana», Nature 408, 6814 (2000), pp. 796-815. <<

[*] Estos números deben tomarse con pinzas porque que la definición precisa de «gen» evoluciona cada día y, con ella, las cifras. Sin embargo, las tendencias y escalas generales son correctas. <<

[21] . Alan M. Jones et al., «The Impact of Arabidopsis on Human Health: Diversifying Our Portfolio», Cell 133, 6 (2008), pp. 939-943. <<

[22] . Daniel A. Chamovitz y Xing-Wang Deng, «The Novel Components of the Arabidopsis Light Signaling Pathway May Define a Group of General Developmental Regulators Shared by Both Animal and Plant Kingdoms», Cell 82, 3 (1995), pp. 353-354. <<

[23] . Kiyomi Abe et al., «Inefficient Double-Strand DNA Break Repair Is Associated with Increased Fascination in Arabidopsis BRCA2 Mutants», Journal of Experimental Botany 70, 9 (2009), pp. 2751-2761. <<

[24] . Valera V. Peremyslov et al., «Two Class XI Myosins Function in Organelle Traffi cking and Root Hair Development in Arabidopsis», Plant Physiology 146, 3 (2008), pp. 1109-1116. <<

[25] . Theodosius Dobzhansky, «Biology, Molecular and Organismic», American Zoologist 4, 4 (1964), 443-452. <<

[26] . Monica Gagliano, Stefano Mancuso y Daniel Robert, «Towards Understanding Plant Bioacoustics», Trends in Plant Science 14, 6 (2012), pp. 323-325. <<

[27] . Monica Gagliano et al., «Tuned In: Plant Roots Use Sound to Locate Water», Oecologia 184, 1 (2017), doi:10.1007/s00442-0173862-z. <<

[28] . E. Gregory McPherson y Paula P. Peper, «Costs of Street Tree Damage to Infrastructure», Arboricultural Journal 20, 2 (1996). <<

[29] . L. Hadany, comunicación personal. <<

[30] . R. Ghosh et al., «Exposure to Sound Vibrations Lead to Transcriptomic, Proteomic, and Hormonal Changes in Arabidopsis», Scientific Reports 6, artículo 33370 (2016). <<

[31] . Roman Zweifel y Fabienne Zeugin, «Ultrasonic Acoustic Emissions in Drought-Stressed Trees—More Than Signals from Cavitation?», New Phytologist 179, 4 (2008), pp. 1070-1079. <<

[32] . Extraído de Janet D. Stemwedel, «Drawing the Line Between Science and Pseudo-science», Doing Good Science (blog), Scientific American, 4 de octubre de 2011. <<

[*] Algunos ejemplos pueden verse en < http://plantsinmotion.bio.indiana.edu>. <<
¿Qué escucha una planta? (!)
Dorothy Retallack en el laboratorio con su asesor, Francis Broman
Onagra (Oenothera perennis)
(!) Sacado de: Chamovitz, D. (2012). Lo que las plantas saben (1.ª ed., p. cap. 5 ). USA: Scientific American / Farrar, Straus and Giroux .
La campana del templo se detiene, pero no el sonido que emana de las flores.

MATSUO BASHŌ